El horizonte te muestra que la tierra parece tragarse al cielo. Una carga inexplicable pesa sobre los hombros y no sabes cómo sacudirte de ella, simplemente no hay remedio. Hay días así.
De pronto la idea de combinar trabajo y escuela no parece tan buena, o tomar esa gran oportunidad de trabajo y estar lejos de tu familia no es lo que pensabas. Hay un punto de inflexión, un punto en el que la intensidad de la vida disminuyó o subió, pero definitivamente no estas a ritmo. No, no es flojera, no es pereza, de alguna manera si es una desgana, un hastío, pero no una flojera, es una conciencia de lo cíclico y banal. La rutina no ayuda y aunque los amigos permanecen no basta, los ves a tu lado queriendo devolverte ese toque de personalidad, pero solo quieres encerrarte en ti, alejarte del mundo y encontrarte nuevamente.
Cuando te encuentras sin esa rosa de los vientos que pueda marcar el rumbo, añoras aquellos momentos, aquella época llena de fantasía y caramelos en los que bastaba tomar la mano de mamá para saber que todo era seguro, en la que solo había que ir a la escuela y jugar.
Es en esos momentos en que tú mismo sabrás de que estas hecho, no hay mejor compañero que la oscuridad de los ojos cerrados y la habitación con el ambiente que prefieres, y hay que salir rápido de ese bloqueo, porque la vida no espera, ni por ti ni por nadie.
Afuera se sigue respirando, se sigue guerreando, la gente sigue sonriendo se susurran cariños y se gritan improperios.
La vida no espera, así que a como sea hay que ir al ritmo de ella.
Un buen consejo es el de Ozzy Osbourne: mantente fuerte, permanece fiel, sé valiente.